Los orígenes indoeuropeos en las estepas del Cáucaso
Durante siglos, el origen de los pueblos indoeuropeos —aquellos que dieron lugar a lenguas tan diversas como el latín, el griego, el sánscrito o el celta— ha sido uno de los grandes enigmas de la historia y la arqueología.
Hoy, gracias al análisis del ADN antiguo y a la colaboración entre genética, lingüística y arqueología, emerge un panorama más claro: las raíces genéticas y culturales de los indoeuropeos se hallan en las estepas del Cáucaso y del bajo Volga, entre los años 4500 y 3000 a. C.
El origen genético de las poblaciones indoeuropeas
Los estudios de ADN antiguo, encabezados por Iosif Lazaridis y David Reich (2025), han permitido reconstruir el mosaico genético de las antiguas poblaciones de Eurasia.
Estos trabajos confirman que los indoeuropeos no surgieron de una sola comunidad, sino del entrelazamiento de grupos humanos del norte del Cáucaso, las estepas pónticas y las regiones forestales del Volga medio.
A nivel genético, las poblaciones que acabarían expandiéndose hacia Europa y Asia combinaban tres grandes componentes:
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Cazadores-recolectores de Europa oriental, herederos de la cultura del Volga y el Dnipró.
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Agricultores del Cáucaso meridional, con ascendencia próxima a los primeros agricultores de Anatolia.
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Poblaciones esteparias autóctonas, adaptadas al pastoreo y a un entorno móvil y árido.
De esa fusión surgiría la identidad genética y cultural que caracterizaría a los yamna (o Yamnaya), considerados el núcleo originario de las expansiones indoeuropeas.
La relevancia de los yamna en la formación de las poblaciones europeas
Entre el 3300 y el 2500 a. C., los yamna se extendieron desde las estepas del bajo Volga hasta el Danubio, introduciendo un modo de vida nómada-pastoril, el uso extensivo del caballo y una estructura social jerarquizada.
Su impacto fue tan profundo que la mayoría de las poblaciones europeas actuales conservan una proporción significativa de ascendencia yamna.
Genéticamente, los yamna fueron el resultado de un equilibrio entre dos linajes: uno estepario norteño y otro procedente del Cáucaso meridional.
Esta mezcla, según el estudio publicado en Nature (Lazaridis et al., 2025), fue la chispa genética y cultural que dio origen al perfil de los indoeuropeos y, posiblemente, a la difusión de su lengua ancestral.
Buscando los orígenes genéticos de los yamna
Para rastrear el origen de los yamna, los genetistas se remontaron a sus antecesores del IV milenio a. C.
Las nuevas investigaciones apuntan a que las poblaciones de las estepas del norte del Cáucaso actuaron como punto de encuentro entre grupos del sur (agricultores caucásicos) y del norte (cazadores-recolectores del Volga y del Dnipró).
Esta zona de contacto —entre los ríos Terek y Volga— habría sido el crisol genético y cultural donde se fundieron tradiciones y linajes distintos. De esa fusión surgió el perfil de los yamna, que luego se expandió hacia Europa y Asia, dando lugar a culturas como la cerámica cordada (Centro y Norte de Europa) y la andrónovo (Asia Central).
Las tres clinas genéticas principales
Una clina es una gradación o transición progresiva en una característica biológica o genética a lo largo de una región geográfica.
En palabras sencillas: imagina un mapa donde las poblaciones humanas cambian poco a poco de unas a otras, sin fronteras claras. En lugar de que haya un corte brusco entre “grupo A” y “grupo B”, las diferencias se van mezclando gradualmente, como los colores que se difuminan en un degradado.
En genética, una clina describe cómo ciertos rasgos o variantes del ADN (por ejemplo, un marcador genético o una proporción de ascendencia) varían de manera continua entre poblaciones vecinas. Esto ocurre porque las poblaciones antiguas se movían, se mezclaban y compartían genes con sus vecinos, creando una transición suave más que divisiones absolutas.
En el caso de los pueblos de las estepas del Cáucaso, las clinas genéticas ayudan a entender cómo distintos grupos humanos —cazadores del norte, agricultores del sur y pastores esteparios— se fueron mezclando hasta formar las bases genéticas de los pueblos indoeuropeos.
Los estudios recientes (DeSmith, 2025; Lazaridis, 2025) identifican tres grandes clinas genéticas que explican la diversidad dentro del horizonte yamna y sus predecesores:
1. La clina del Cáucaso–bajo Volga
Representa la mezcla entre agricultores caucásicos y cazadores del Volga inferior.
Aporta la componente meridional del acervo yamna, clave para entender la estructura social y la cosmología de estos pueblos.
2. La clina del Volga
Vinculada a los cazadores-recolectores orientales y a las primeras comunidades de pastores de las estepas del Volga medio.
Este linaje contribuyó a la expansión hacia el norte y el este, conectando con las culturas posteriores de Asia Central.
3. La clina de Dnipró
Localizada en las estepas del Dnipró medio y el norte del mar Negro.
Este componente occidental influyó decisivamente en las poblaciones indoeuropeas del centro y norte de Europa, especialmente a través de la cultura de los vasos de cordón.
De la genética a la lingüística
El vínculo entre genética y lengua ha sido siempre difícil de establecer. Sin embargo, los nuevos datos genómicos ofrecen un marco temporal y geográfico que encaja con los modelos lingüísticos del protoindoeuropeo.
Todo indica que el protoindoeuropeo se formó en las estepas del norte del Cáucaso, entre 4500 y 3500 a. C., donde comunidades de distintas procedencias compartían un espacio común y desarrollaron un idioma híbrido.
Ese idioma —el ancestro de todas las lenguas indoeuropeas— se habría expandido con los pastores yamna hacia Europa y Asia, impulsado por la movilidad del caballo y la organización patriarcal de sus clanes.
La convergencia entre genética y lingüística muestra que la historia de los indoeuropeos fue, ante todo, una historia de mestizaje: una unión entre montañas y estepas, entre agricultores y pastores, entre culturas que, al fusionarse, dieron origen a una de las familias lingüísticas más influyentes del planeta.
Religión, chamanismo y espiritualidad
Más allá de la genética y la lengua, los pueblos de las estepas del Cáucaso poseían una rica vida espiritual, profundamente ligada a la naturaleza, los animales y el cielo. Su religión no era institucional ni jerárquica, sino chamánica, centrada en la figura del mediador entre el mundo de los hombres y el de los espíritus.
El chamán, presente en muchas culturas esteparias y siberianas, combinaba las funciones de curandero, adivino y cantor ritual. A través del trance, el ritmo del tambor y la danza, buscaba comunicarse con las fuerzas invisibles que regían el clima, la caza o la fertilidad del ganado. Su papel recuerda, en cierta medida, al de los druidas celtas o los brahmanes védicos, que más tarde desempeñarían funciones similares dentro del mundo indoeuropeo.
La cosmología esteparia parece haber girado en torno a tres niveles del mundo:
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el cielo luminoso, morada de los dioses y los ancestros,
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la tierra, dominio de los hombres,
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y el inframundo, donde habitaban los espíritus y los muertos.
Estos tres planos se conectaban mediante un eje sagrado, simbolizado por el árbol, la montaña o el poste ritual. Esa idea del axis mundi reaparecería siglos más tarde en las religiones indoeuropeas, desde la India védica hasta la Germania antigua.
Los animales sagrados también ocuparon un lugar central. El caballo, en particular, no solo era un medio de transporte o un símbolo de prestigio, sino un animal psicopompo, capaz de guiar las almas en su viaje hacia el más allá. Este simbolismo perduró en las antiguas mitologías indoeuropeas, donde el caballo solar o alado representaba la conexión entre los mundos.
En suma, el chamanismo de las estepas del Cáucaso fue la semilla de una visión espiritual que sobreviviría durante milenios: una religión del viento, del fuego y del viaje interior, que uniría a los pueblos de las estepas con las civilizaciones que heredaron su legado.
(CC) Manuel Velasco / La Memoria del Viento


