El Guerrero Azteca
“Hubo en esta tierra una Orden de caballeros que profesaban la milicia y hacían voto y promesa de morir en defensa de su patria y de no huir la cara a diez ni a doce que les acometiesen. Los cuales tenían por dios, caudillo y patrón al Sol. Su fiesta se llamaba ‘Nawi Ollin’. Se celebraba dos veces en el año: el 17 de marzo y el 2 de diciembre; las dos veces que en el año cabía el número de ‘cuarto curso o movimiento’ (‘Nawi Ollin’).
Esta Orden de caballeros tenía su templo y casa particular curiosamente labrada, de muchas salas y aposentos, donde se recogían y servian a la imagen del Sol. Y, dado que todos eran casados y tenían sus casas particulares y haciendas, tenían, empero, en aquellos aposentos y casas de aquel templo, sus prelados y mayores, a quienes obedecían y por cuyas ordenaciones se regían, y donde había gran número de mozos, mancebos, que profesaban de seguir aquella Orden de caballería que podemos llamar ‘Los Comendadores del Sol’, cuya divisa llevaban cuando iban a la guerra.
Su templo se llamaba ‘Kuakuauhtin Inchan’, que quiere decir ‘la casa de las águilas’; por metáfora, la casa de los hombres valientes.
En lo alto de este templo, había una pieza mediana junto a un patio. En la pieza, sobre un altar, estaba colgada en la pared una imagen del Sol, pintada de pincel en una manta, la cual figura era de mariposa (‘Nawi Ollin’), con sus alas, y a la redonda de ella, un cerco de oro, con muchos rayos y resplandores que de ella salían. Para subir a esta pieza había como cuarenta gradas.
Se incensaba esta imagen cuatro veces entre día y noche y se le hacían toda clase de ritos y ofrendas.
Esta fiesta se solemnizaba de la manera siguiente: había que ayunar hasta que, haciendo el Sol su curso, llegaba al mediodía, en el cual punto tomaban los sacerdotes caracoles y bocinas y hacían la señal para que la gente acudiera al templo.
En acabando de ofrecer sus ofrendas este día, alzaban los ojos al Sol y llamaban al Señor de lo Creado”.
alfret |
‘Intlayak ik mo-katzawani in tletlakolli, aya makizkia’.
Si nadie se hubiera mancillado con el pecado, nadie moriría.
Todo ser escogido pasaba estos cuatro pasos:
1.‘Mazewaliztli’ (elección, merecimiento y preparación)
2. ‘Tozoztli’ (la agonía, vigilia).
3. ‘Xochimiki’ (muerte florida).
4. ‘Tlakatia’ (nacimiento) o Izkaltia (resurrección).
Un guerrero debe hacerlo todo como si fuera su última batalla sobre la Tierra. |
LEYENDA DE LA ABUELA
De cinco masas y cuatro atoles están hechos los hombres, lo que está simbolizado por las cinco masas que vienen de los cinco diferentes colores del maíz: blanco, amarillo, rojo, negro y azul; los cuatro atoles son los colores intermedios. También con esto se simboliza a las cinco razas. El venerable maestro Samael nos habla de que existieron los hombres azules, los etéricos. Son las cinco razas desarrolladas hasta la fecha.
La abuela (la Divina Madre) es la que da el bastón de mando (‘Axitl’) al guerrero.
“Yo poseo la nada; mas si mi abuela me diera un bastón, podría voltear la Tierra al revés, cristalizar el cielo y vivir eternamente”.
El ‘axitl’ o bastón es corto, pues es tan sagrado que no debe tocar el suelo. Representa el fuego sagrado que asciende por la espina dorsal, llega a la pineal y luego desciende a la base de la nariz, hasta llegar al corazón.
Entre los ‘nawas’ existió todo un complejo de percepciones por el que se concibió al cosmos a partir de un modelo corporal y, a la inversa, que explicó la fisiología humana en función a los procesos generales del universo.
El cuerpo humano es núcleo y vínculo general con el Cosmos, centro de nuestras percepciones, receptor y transmisor de pensamientos, principio de nuestra acción y actor, beneficiario y víctima de nuestras emociones y pasiones.
Las concepciones o más bien percepciones de la Naturaleza y el Cosmos, guiaron y justificaron el comportamiento práctico de los distintos componentes de la sociedad ‘nawa’.
Nuestros antepasados fueron conocedores de los valores eternos que han sido olvidados y que son factibles de ser revividos en beneficio de las sociedades contemporáneas.
Cada ser humano es el centro de su propio universo personal y tiene que respetar a todos los demás universos.
Un cazador usa su mundo lo menos posible, pero con ternura y delicadeza.
Buscar la perfección del espíritu es la única tarea digna de nuestra hombría y del guerrero.
El guerrero debe ser impecable.
El guerrero debe ser libre, flúido, imprevisible.
No debe tener rutinas.
No debe tener historia.
No debe tener apegos.
Debe perder la importancia personal.
No debe tener rutinas.
No debe tener historia.
No debe tener apegos.
Debe perder la importancia personal.
Un guerrero puede sufrir daño, pero no ofensa. Para un guerrero no hay nada ofensivo en los actos o palabras de los demás, mientras él mismo esté actuando dentro del animo correcto.
Un guerrero debe hacerlo todo como si fuera su última batalla sobre la Tierra.
Un guerrero va al encuentro de sí mismo, dando gracias por todo lo pasado y por lo que en ese momento es; sin pedir nada, pero con la alegría del que va al encuentro de su Padre.
El ánimo de un guerrero no es tan descabellado en el mundo social ni para nadie. Se necesita para salirse de toda clase de tonterías y vanidades.Un guerrero debe hacerlo todo como si fuera su última batalla sobre la Tierra.
Un guerrero va al encuentro de sí mismo, dando gracias por todo lo pasado y por lo que en ese momento es; sin pedir nada, pero con la alegría del que va al encuentro de su Padre.
Pero la lucha, la negación de sí mismo, el sacrificio, debe ser en cada instante. Constantemente hay que matar el minuto, la hora, el día, el mes, el año, que pasan. Esta es la guerra florida, la guerra contra sí mismo, puesto que el hombre debe florecer y esto lo logra sólo a base de méritos del corazón y trabajo intenso con la energía creadora, sin derramar el vaso sagrado.
El guerrero ‘tolteka’, debe ir al conocimiento como a la guerra: con miedo, pero con determinación.
Nochtin ti welitih
Keh kuau ti patlanih
patlan tlaikpak
yawaloa in Zemanawak
ika tlawillik atlapaltin
Todos podemos
volar como águilas,
volando sobre la Tierra,
circulando el Universo,
con alas de blanca luz.
El sentimiento de la muerte torna al guerrero dulce y bondadoso, pues para él, ante este fin irremediable, todos los destinos son válidos. Nada nos diferencia de un escarabajo; la muerte nos acecha a todos, como una sombra.
La dulzura y bondad espontánea de los hombres llamados primitivos, es la prueba de su superioridad sobre el hombre civilizado, es decir, envuelto en mil cobardías.
Los actos del guerrero tienen un poder, particularmente cuando quien actúa sabe que son la última batalla en la tierra.
El hombre corriente puede ser comparado con un viajero adormecido, que va, sin apercibirse, de estación en estación; la estación terminal es la muerte y él no habrá tenido placer ninguno en el viaje.
Algunos consideran las cosas como una bendición, otros como una maldición; el guerrero toma todo en la vida como un reto. La vida del guerrero es un reto perpetuo.
Tenemos la responsabilidad de vivir en un Universo misterioso. Estamos, pues, en presencia de una purificación radical.
La sociedad moderna, extraño monopolio de una secta cosmopolita, se distingue de otras sociedades por guardar silencio sobre la muerte. Toda referencia a la muerte está proscrita, y los muertos son escamoteados. Para el guerrero, la muerte es, por el contrario, la única compañía verdadera, la consejera que testimonia todos nuestros actos.
El guerrero debe actuar siempre como un lúcido hombre acosado. El hombre que cree tener todo su tiempo es a menudo el grosero, ávido y libidinoso que el guerrero no debe ser; éste si actúa con el sentimiento de la urgencia, jamás actúa con odio y, ciertamente, rechaza comportarse como un cerdo so pretexto de que la vida le ha de faltar.
El guerrero forja su paciencia, que es el arte de perseguir su objetivo sin proyectar nada de antemano, viviendo con plenitud el momento presente.
Anónimo. El Guerrero Azteca