sobre la destrucción de las bibliotecas.
José Alvarez López
Editorial Kier, 1970 - Argentina
Editorial Kier, 1970 - Argentina
La eterna y enconada persecución del pensamiento es un fenómeno considerado hasta ahora un accidente explicable en cada caso en base a circunstancias particulares; en vista de su universalidad debería más bien pensarse en un proceso psicofisiológico propio del ser humano; algo así como una componente instintiva del hombre. El odio a la cultura y la destrucción- de sus valores, fenómeno universal, justifica el hermetismo de los antiguos sabios y su actitud alejada de la sociedad; explica la permanente y sistemática quemazón de las bibliotecas; aclara la extinción de la antigua cultura -cosas de todos conocida- y de la antigua tecnología, cosa no tan conocida de todos.
El hermetismo de los antiguos sabios es un lugar común para cuantos leen documentos antiguos. Aparece en todas las tabletas cuneiformes la necesidad de guardar el secreto; Heródoto constantemente explica que no le está permitido hablar sobre ciertos temas egipcios. Los griegos, a costa de grandes sacrificios, lograron ser admitidos en algunos santuarios de Oriente y Egipto; muy pocos de ellos lo fueron y aún como lo subraya Estrabón, los sacerdotes se guardaron para sí lo mejor.
Respecto a la quema de bibliotecas, se podría percibir -y es extraño que no se haya hecho- un extenso tratado. Bastará dar un pequeño resumen de esta singular piromanía colectiva para dejar en el ánimo de todos la sensación de algo más que una simple sucesión de accidentes.
Comenzando por el debido lugar, debe hablarse de la quemazón de la Biblioteca de Alejandría en donde los Ptolomeos en un esfuerzo magnífico, quisieron reunir todo el saber humano. Fue una verdadera obsesión de estos reyes que compraban y requisaban cuanto manuscrito era obtenible en el mundo antiguo, sin reparar siquiera en esos aspectos religiosos e ideológicos. Gracias a ellos se salvó la Biblia, pues la traducción de los "setenta" fue hecha a pedido de los Ptolomeo que querían contar, también, con los libros de la sabiduría hebrea. Estos, sin embargo, como sostiene Josefa no dieron a los Ptolomeo todos sus libros sino una pequeña parte de ellos los demás, por consiguiente, se perdieron. Las traducciones alejandrinas son lo que constituye nuestro "Canon". La Biblioteca -así con mayúscula- recibió su primer bautismo de fuego estando Julio César en Alejandría; una nave romana incendiada, pegó fuego a toda un ala de la Biblioteca. El segundo proceso fue mucho más importante y se produjo bajo Theodosio. Dio fin a la obra el califa Ornar que quemó lo que había quedado -que era bastante, pues durante meses los baños de Alejandría se calentaron con papiros y pergaminos. En forma desordenada, sin hilación, podemos mencionar toda la literatura china quemada exhaustivamente –a la manera china- por el megalómano Che Hoang-Ti en 213 a C Este fue el apogeo de los Tsin; bajo los Han, sus sucesores, se reconstruyó una minúscula parte de lo destruido por el pirómano y ya bajo Gai Ti se contaban 33.090 manuscritos.
De los Incas se dice que no tuvieron escritura, pero se conocen dos clases de Quipus, cuerdas de colores con nudos de varios tipos uno de los cuales de acuerdo con estudios hechos en base a la Teoría de Informaciones, era un sistema de escritura. Las "quíputecas" fueron incendiadas por la gente de Pizarro; pero éste tuyo como antecesor a un lejano inca quien mandó quemar toda escritura y prohibió, bajo pena de muerte, hasta la venta de papeles y pergaminos. Esto explica por qué los eruditos "amautas" tuvieron que recurrir a los quipus.
Sin salirnos de América, merece recordación la quema de Mérida donde en una sola noche se quemaron cientos de estatuas y miles de "amates" (papiros). En pocos lugares como México llegó la quema de bibliotecas a tan alto nivel: No ha sido posible reconstruir nada de la primitiva cultura maya concentrada en bibliotecas de decenas de millares de volúmenes, milagrosamente salvados de la barbarie azteca. De la vasta cultura quiché sólo se salvó el Popol Vuh, por la transcripción que el dominicano Jiménez hizo en caracteres latinos del texto en lengua original. Pedro de Alvarado -nuevo Cambises- quemó, en 1524, la ciudad de Utatlán con sus monumentos, sus reyes y su inmensa biblioteca.
A Alejandro Magno, recolector de manuscritos, hay que adjudicarle la quema de la monumental biblioteca de Tiro. Lo que coleccionó Alejandro en el Antiguo Oriente fue a parar a la Biblioteca de Macedonia, la que a su turno fue quemada por los turcos. Sabemos muy poco de las famosas bibliotecas de Uruk -llamada, según Máspero la "ciudad de los libros"- parte de cuyos ladrillos pasaron a las de Nínive y Akhet-Atón. Había allí reunidas tal cantidad de tabletas cuneiformes que todavía hoy se apiñan en los museos de Londres y Berlín toneladas de inscripciones aún no traducidas -dicen que por falta de fondos. Las extensas listas de libros egipcios mencionados por Clemente en su "Stromatum" -y que también aparecen en los catálogos de los templos de Edfu, Denderah y Abydos- nos dan una idea de las sucesivas quemas que agotaron aquellos antiguos tesoros. El famoso Cambises, que "quemó" hasta los obeliscos en su gira incendiaria por Egipto, redujo a cenizas millones de papiros. El célebre decreto de Theodosio, dando por terminado el mundo antiguo, fue el salvo conducto para el arrasamiento de bibliotecas enteras en el Oriente y Egipto. No se sabe cuál fue el destino de las bibliotecas de Lacedemonia, pero el rey Areo, en una famosa carta, habla de ellas.
Para no hacer un tratado y sólo mencionar de paso algunos episodios, recordaremos el incendio de Jerusalem en el año 70, y en donde había multitud de libros recogidos en el Oriente y Egipto: era tal la cantidad de libros que entre ellos se perdió la Biblia, reencontrada con gran alborozo en tiempos de Josías. Cerca de un millón de manuscritos se quemaron en la segunda biblioteca -en importancia- del mundo antiguo: La biblioteca de Córdoba donde pacientemente los Omeya habían acumulado manuscritos traídos por emisarios y distribuidos en todo el mundo, pagándolos al precio de joyas y de oro. La de Cartago fue quemada por Escipión, y dicen que parte de sus manuscritos fueron donados al rey de Mauritania; pero es una justificación de algunos cultos romanos quienes ya cargaban sobre sí la responsabilidad de la extinción de las numerosas bibliotecas de Etruria. Se habla de una legendaria biblioteca de Tartesos que fue quemada por los cartagineses; de una biblioteca celta -cuya ,existencia queda garantizada por Clemente quien habla de la sabiduría celta- que, escrita en cortezas similares a los papiros, y colectada en un convento, fue quemada por monjas irlandesas. Se sabe que la hermosa biblioteca coleccionada por Carlomagno y Alcuino reuniendo el saber antiguo y haciendo escribir por multitud de copistas los textos de la cultura germánica, fue incinerada por sus sucesores.
La lista sigue indefinidamente; habría que añadir las quemas individuales como las que invariablemente acompañaban a los autos de fe; la que el Senado Romano ordenó sobre los libros de Numa: la de Diocleciano cuando quemó los libros científicos que había en Roma; los libros de Protágoras quemados por el gobierno ateniense; los nueve libros de Safo quemados hacia el 1100; los volúmenes quemados para apuntalar posiciones políticas e ideológicas; los quemados por lectores que luego de haber "aprehendido" todo su saber querían tener el monopolio de la sabiduría: como fue el caso del famoso Nostradamus -quien quemó libros egipcios heredados por su familia donde aprendió las reglas higiénicas que le hicieron famoso en la prevención de las epidemias medievales. En esta lista de quemas pequeñas podemos incluir infinidad de casos coma el de los libros escritos por Roger Bacon que a su debido tiempo fueron a la hoguera -aunque en descargo de los antiguos pirómanos hay que aclarar que el resto de su obra aún hoy duerme sin ser editada en los archivos de Oxford y Leyden y esta lista interminable la detenemos aquí.
¿Tiene algo de extraño después de repasar todo esto que la antigua tecnología desapareciera sin dejar rastros?
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La lista sigue indefinidamente; habría que añadir las quemas individuales como las que invariablemente acompañaban a los autos de fe; la que el Senado Romano ordenó sobre los libros de Numa: la de Diocleciano cuando quemó los libros científicos que había en Roma; los libros de Protágoras quemados por el gobierno ateniense; los nueve libros de Safo quemados hacia el 1100; los volúmenes quemados para apuntalar posiciones políticas e ideológicas; los quemados por lectores que luego de haber "aprehendido" todo su saber querían tener el monopolio de la sabiduría: como fue el caso del famoso Nostradamus -quien quemó libros egipcios heredados por su familia donde aprendió las reglas higiénicas que le hicieron famoso en la prevención de las epidemias medievales. En esta lista de quemas pequeñas podemos incluir infinidad de casos coma el de los libros escritos por Roger Bacon que a su debido tiempo fueron a la hoguera -aunque en descargo de los antiguos pirómanos hay que aclarar que el resto de su obra aún hoy duerme sin ser editada en los archivos de Oxford y Leyden y esta lista interminable la detenemos aquí.
¿Tiene algo de extraño después de repasar todo esto que la antigua tecnología desapareciera sin dejar rastros?
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Este libro se puede consultar online (books.google.com)